Introducción
Hay una escena que se repite cada vez más a menudo, aunque a veces pase desapercibida. Una voz metálica que contesta llamadas en un banco. Un algoritmo que escribe titulares en un periódico. Un asistente virtual que te agenda la cita médica. Lo curioso es que ya no nos extraña. Nos hemos acostumbrado a que nos hablen las máquinas, a que piensen por nosotros, incluso a que decidan.
La inteligencia artificial no está llamando a la puerta. Está dentro. Sentada en nuestra mesa. Y lo más inquietante es que lo hace bien. Tan bien, que muchos ya ni se plantean si quien está al otro lado es humano. Ni les importa.
Vivimos en un momento raro. Como cuando notas que algo grande está pasando, pero no sabes si celebrarlo o tenerle miedo. Cada semana hay un nuevo avance, un nuevo despido, un nuevo software que hace lo que antes hacían veinte personas. No son titulares sensacionalistas, es el presente disfrazado de futuro.
Y en medio de todo eso, hay una industria entera que se está transformando sin hacer ruido. Una industria donde las voces, los comandos, las respuestas automáticas, los diálogos con sentido y la comprensión del lenguaje ya no son una utopía. Son productos. Productos que sustituyen a recepcionistas, agentes de atención al cliente, operadores telefónicos. Personas reales, con nombres, historias y familias.
Es una sustitución silenciosa, pero profunda. No se nota en las calles, se nota en los márgenes de las empresas. En las decisiones de recorte. En los informes trimestrales donde se aplaude la “eficiencia operativa”. Y, aunque cueste asumirlo, también se nota en la comodidad con la que ahora pedimos cosas con la voz, sin necesidad de esperar, sin errores, sin emociones.
Esta no es solo una revolución tecnológica. Es una reconfiguración de lo que entendemos por trabajo, por servicio, por conversación. Y si uno afina el oído, hay ciertas compañías que no solo están adaptándose a esta ola. La están creando.
En ese nuevo mundo donde las máquinas entienden lo que decimos y responden como si nos conocieran, hay una empresa que lleva años trabajando en silencio. No salió de la nada. No es una moda pasajera ni una start-up inflada por promesas vacías. Es más bien como ese músico de sesión que nadie ve en el escenario, pero que ha tocado en todos los discos que amas.
SoundHound no nació como una empresa de inteligencia artificial genérica. Nació obsesionada con la voz. Con entenderla. Con descifrarla. Con traducirla en órdenes, acciones y respuestas útiles. Durante años su foco no fue el de impresionar a los inversores, sino construir una tecnología capaz de entendernos con una precisión que rozara la naturalidad.
Y ahora, después de dos décadas de trabajo constante, el mundo le ha dado la razón.
Mientras todos hablaban de chatbots y GPTs, ellos seguían mejorando su stack. Mientras las big tech se peleaban por asistentes de voz que no escuchábamos, SoundHound afinaba su modelo para sectores concretos, reales, necesitados: atención al cliente, restauración, automoción. Lugares donde el lenguaje no es solo estética, sino eficiencia. Donde una frase mal entendida cuesta dinero.
Hoy, esa tecnología está empezando a sustituir, literalmente, al ser humano en miles de interacciones diarias. En cadenas de comida rápida, en líneas de atención al cliente, en coches que nos hablan y entienden. Pero lo más interesante no es lo que ya hace, sino lo que está a punto de poder hacer. Porque cuando una empresa domina el lenguaje, no solo crea asistentes. Crea interfaces para el mundo.
Lo que está ocurriendo no es una moda. Es un cambio tectónico. Una nueva capa de tecnología se está asentando bajo nuestros pies sin que apenas nos demos cuenta. Y lo curioso es que no tiene forma de chip ni pantalla. Tiene forma de voz. Una voz que escucha, que entiende, que responde. Una voz que no duerme, no se frustra, no olvida el protocolo.
Lo sé porque lo viví desde dentro.
Durante una temporada de mi vida fui teleoperador en Apple. No era un trabajo cualquiera. Antes de poder responder la primera llamada, pasamos por un entrenamiento de dos meses. No se trataba solo de aprender a usar los sistemas o responder dudas técnicas. Era una especie de adoctrinamiento suave en la filosofía Apple, cómo hablar, cómo escuchar, cómo tratar al cliente como si fuera el único en el mundo. Nos enseñaban la triple A de la atención: Acknowledge, Align, Assist. Primero reconocer la emoción del cliente. Luego alinearse con su frustración o entusiasmo. Y solo entonces, ayudar.
Era un arte. Uno que requería sensibilidad, memoria, rapidez mental, empatía.
Y ahora me hago una pregunta incómoda: ¿y si en lugar de entrenar humanos entrenamos máquinas?
Porque eso es lo que ya está ocurriendo.
Hoy, en cientos de empresas, ese mismo esquema (escuchar, entender, resolver) lo está haciendo una inteligencia artificial. No lo hace tan bien como el mejor agente humano, pero sí como la media, pues, realmente, es un trabajo para el cual no hace falta mucha cualificación y esos profesionales están a punto de quedarse sin el plato de comida en la mesa.
Y cada día mejora. Porque no se agota, no necesita café, no pide días libres. Aprende de cada interacción y lo aplica en la siguiente. Y cuando se despliega bien, ofrece una experiencia que, para muchos, ya es indistinguible de la humana.
Esta no es solo una evolución tecnológica. Es una nueva realidad económica. Cambia los costes, cambia la escala, cambia el concepto de “servicio al cliente”. Y lo hace sin necesidad de contratar a miles de personas en centros de llamadas. Solo hay que entrenar bien a una máquina. Una vez. Y dejarla trabajar.
Estamos viendo el nacimiento de una nueva infraestructura, la capa conversacional del software. Un sistema que se sitúa entre el cliente y la empresa, mediando todas las interacciones. Quien controle esta capa, tendrá en sus manos algo enorme, el acceso. Porque en la economía digital, quien controla la conversación, controla la transacción.
Y en este nuevo tablero hay actores que no solo lo han entendido. Lo han anticipado.
En este contexto, donde las voces artificiales empiezan a sonar más humanas que los propios humanos, y donde el entrenamiento ya no se aplica a personas sino a algoritmos, hay una oportunidad que pocos están mirando con la atención que merece.
Porque mientras el mercado se obsesiona con modelos gigantescos que prometen hacerlo todo, hay empresas más pequeñas, especializadas, que están resolviendo problemas concretos con precisión. Empresas que no buscan ser virales, sino indispensables. Que no hacen ruido en las portadas, pero sí en los márgenes de sus clientes. Y que, precisamente por eso, cotizan muy por debajo de lo que podrían llegar a valer.
Como inversor, llevo tiempo persiguiendo ese tipo de compañías. Las que tienen algo que el mercado no sabe valorar bien, un modelo de negocio escalable, una tecnología propietaria que se despliega como un virus bueno, y una capacidad de crecer por dentro (haciendo más negocio con los mismos clientes) que recuerda a otras joyas que ya hemos analizado aquí: LifeMD, Nubank, SoFi, Palantir.
Todas tienen algo en común, convierten cada cliente en una puerta a más negocio. Empiezan con un producto, y cuando el cliente ve que funciona, le venden tres más. No necesitan volver a salir a pescar cada trimestre. Porque construyen relaciones, no solo ventas.
SoundHound es así.
No vende solo tecnología de voz. Vende soluciones que se integran, aprenden, se adaptan. Empieza atendiendo pedidos por voz en un restaurante, y acaba gestionando todo el canal de atención al cliente. Empieza en el coche, y termina conectando la experiencia del conductor con el ecosistema completo del fabricante. Cada integración abre otra. Cada conversación bien resuelta genera más confianza, más dependencia, más ingresos.
Y eso, en términos de modelo de negocio, es donde me pongo cachondo.
Estamos, quizá, ante una de esas pocas veces en las que puedes invertir en algo que no solo está en tendencia, sino que la está moldeando desde dentro. Y hacerlo antes de que el mercado se despierte.
Ahora sí. Déjame contarte la historia de SoundHound.
🔒 No todo el mundo está preparado para esto.
Hay momentos que separan a los curiosos de los que entienden.
Mientras muchos aún buscan pistas, en el Búnker ya estamos interpretando el mapa completo.
Aquí no reaccionamos. Nos adelantamos.
Este no es un lugar para el ruido, ni para las promesas fáciles. Es un espacio para quienes valoran la estrategia, el análisis serio y la anticipación como ventaja competitiva.
Si quieres dejar de mirar desde fuera y empezar a ver lo que otros aún no han entendido, este es el momento.
Accede a la tesis completa dentro del Búnker.
Porque las oportunidades reales no se anuncian. Se entienden a tiempo.