A veces no se trata de tener razón. A veces se trata de sentirlo en las tripas.
Porque tú puedes estudiar mil balances, tragar presentaciones, comparar múltiplos hasta que te sangren los ojos. Pero cuando te pica esa sensación de “esta es”, no es Excel lo que manda. Es el instinto. Y eso es lo que me ha pasado con LifeMD.
No es la empresa más grande. Ni la más conocida. Ni la que te va a sacar en portada en Twitter por ir con el rebaño. Es justo lo contrario: es pequeña, discreta y muy, muy peligrosa para quien no la vea venir.
Llevo unos meses siguiéndola en silencio. Leyendo, rascando, conectando puntos. Y sí, también te confieso que me ha entrado esa especie de fiebre que me da a veces cuando encuentro algo que siento que está ahí, en el momento justo antes de explotar. Esa especie de locura que solo nos da a los que no compramos acciones, sino partes de negocios que queremos poseer de verdad.
He estado acumulando. Poco a poco. En silencio. Con la sangre fría de quien no necesita aprobación externa para moverse. Y sí, mi intención es clara, quiero hacerme con un buen trozo del pastel antes de los próximos earnings.
¿Te hace falta hacer lo mismo?
No.
¿Tienes que pensar como yo?
Tampoco.
De hecho, si no lo haces, mejor. Yo no vengo a convencerte. No soy un gurú. Lo único que quiero con esta tesis es dejar constancia escrita del porqué de mi decisión. Para ti, si quieres leerla. Y para mí, sobre todo. Porque el papel no miente. El papel se convierte en memoria.
Hoy empiezo a contarte esta historia. Una historia que, para mí, no va solo de invertir en una healthtech. Va de entender cómo se construye una ventaja competitiva en silencio, sin fuegos artificiales. Va de una empresa que ha decidido no ser sexy, sino eficiente. Va de una apuesta que puede parecer pequeña desde fuera, pero que, si entiendes bien sus cimientos, te das cuenta de que puede convertirse en una barbaridad de negocio si ejecuta con disciplina.
Por eso, si te has fijado, llevo semanas soltando señales en el chat. Como quien deja miguitas de pan para que, si algún día se me va la pinza del todo, puedas volver y entender qué me llevó hasta aquí. Y si no lo entiendes, no pasa nada. Pero si lo intuyes, entonces quédate. Porque esto que empieza hoy es la primera parte de una tesis donde vamos a entrar hasta la cocina de LifeMD.
Vamos a ver de qué va este caballo oscuro que ahora entra en cartera, casi de puntillas, mientras el mercado se distrae con cosas más brillantes. Y sí, lo llamo “caballo negro”. Porque eso es. Una de esas apuestas que no ves venir, pero que cuando despegan dejan a todos mirando con cara de: “¿Cómo no lo vimos?”
Y qué curioso. Ese caballo negro me recuerda a otro. Uno que monté hace unas semanas por la playa en Marruecos. Se llamaba Atlas. Era árabe, fuerte, rápido y silencioso. Negro como la noche. Y cuando corría… daba miedo. Y libertad.
¿Será una señal? Quién sabe. De momento, empecemos a montar.
