Este fin de semana ha sido 8 de marzo. Día señalado, con discursos, pancartas y opiniones para todos los gustos. Pero para mí siempre ha sido el cumpleaños de mi madre. De mi santa madre. Esa mujer de 1,50 que parió a este monstruo y que con un dedo índice de 7 cm nos tenía firmes a mi padre y a mí. Sin gritos. Sin amenazas. Solo con presencia. Con la certeza de que ella sabía algo que nosotros no.
Y alguna chancla voladora, para que engañarnos.
Mi madre me enseñó a cocinar. Me enseñó a querer. Me enseñó a respetar. Me enseñó también que hay momentos en los que hay que tener mala hostia. Que la bondad sin límites es esclavitud y que la independencia no se grita, se ejerce. Ella lo hizo sin etiquetas, sin consignas. Simplemente siendo. Y en ese acto, en esa forma de estar en el mundo, había más poder que en mil discursos.
Con los años he visto cómo este día se ha convertido en un campo de batalla. Una pelea de bandos. Y yo no lo entiendo. Nunca lo he entendido. Creo que lo más maravilloso que puede pasarle a un hombre es encontrar una gran mujer. Y lo mismo al revés. La guerra entre sexos me parece absurda porque, al final, todos dormimos mejor acompañados.
Yo presumo de ser el amo de casa. Soy “El amo del mesón”
Y a veces me pregunto por qué tantas mujeres quisieron cambiar la agenda de la familia por la de la empresa. Lo entiendo si era por libertad. Lo entiendo si era por dignidad. Lo entiendo si era por ambición. Lo que no entiendo es por qué ahora el sacrificio se ha cambiado de nombre y se ha puesto corbata.
Si el fin era tener una gran vida, ¿por qué se ha renunciado a la gran vida por el gran estrés?
Quizá confundimos independencia con agotamiento. Con jornadas infinitas, con reuniones absurdas, con una bandeja de entrada llena de cosas que no importan. Y así se nos va la vida, midiendo el éxito en cifras que no significan nada cuando cierras los ojos por la noche.
Mi madre nunca entendió eso de "ser alguien en la vida". No porque no tuviera aspiraciones, sino porque sabía que ya era alguien sin necesidad de que el mundo se lo confirmara. No necesitó de aplausos, ni de reconocimientos. Su éxito se medía en la calidad de la comida en la mesa y en la paz que se respiraba en casa. Hoy esto se ve mal. Pero si no fuera por ella, no podría haber replicado eso en casa. Yo, el amo del mesón.
Hay quien dice que el trabajo dignifica. Puede ser. Pero también esclaviza. Y cuando te das cuenta, has cambiado la felicidad de un café en casa por el estatus de un despacho con vistas. Cambiaste los abrazos lentos por las respuestas rápidas. Y el tiempo, que no se detiene, sigue su curso.
A mí me gusta mirar a mi alrededor y ver que tengo todo lo que necesito. Que no necesito llenar vacíos con compras. Que mi riqueza es poder decidir con quién paso el día. Que la verdadera revolución no es gritar, sino vivir como te da la gana.
Hay algo liberador en no entrar en la batalla. En no necesitar convencer a nadie de nada. En simplemente seguir tu camino, en poner una copa de vino en la mesa, en saborear cada bocado sin prisas, en saber que el tiempo es lo único que realmente poseemos.
Que cada uno elija. Que cada una decida. Yo, en mi mesón, con mi mala hostia bien entendida, sigo creyendo que la verdadera independencia no se negocia, se practica.
Amo del mesón, dueño singular
Siempre doy la mano para saludar
Yo le haré reír, tengo buen humor
Todos se divierten con mi "bien vivre"
No me cuesta hacer amigos
Eso se me da muy bien
El precio son cincuenta pero siendo usted le cobró cien
En fin, este es otro lunes de mierda.
Haz algo para cambiarlo no seas perro.
PURA CREMA..... De bojos! Amo del Mesón chim pón!