Otro lunes de mierda (2): Ser Un Perro Cuando Tienes El Viento a Favor
El viernes por la mañana me despedí de mi mujer con la convicción de un condenado que recibe el indulto.
“Disfruta del viaje cariño”, le dije sin poder disimular la euforia.
Un fin de semana entero solo.
Un par de veces al año, con suerte, se alinean los astros y me quedo con la casa para mí y el perro come-calcetines. Sin horarios, sin interrupciones, sin la sensación de que debería estar haciendo algo útil. Solo mi espacio y mi tiempo.
Vuelvo a ser ese adolescente que me gustaba ser. Cosas de hombres.
Tenía un plan. Y no un plan cualquiera: un plan maestro.
La lista estaba clara:
Pintar mis miniaturas de Warhammer. No como un salvaje con prisas, sino con esmero. Arte en su máxima expresión.
Comer bien. Nada de comida basura, nada de miseria de microondas.
Leer sin interrupciones
Poner en orden ideas, escribir, reflexionar.
Por supuesto, todo esto después de trabajar, si a lo que hago los viernes y sábados por la noche se le puede llamar así. Cantar.
No como antes, cuando salía al escenario con veinte años y sentía que me iba la vida en ello. Ahora es otra cosa. Es un ocio/oficio que hago bien, pero que me agota de una forma que antes no conocía.
Noches largas, ruido, luces que ciegan y conversaciones a gritos con gente que no veré nunca más. Volver a casa de madrugada, con los huesos pesados y la sensación de haber dejado algo de energía en cada canción.
Me dormí tarde, claro. Pero el sábado tenía que ser glorioso.
Mentira.
Me desperté tarde. Muy tarde. No un “voy a darme un respiro”. No. Un despertar de esos en los que abres los ojos y ya es otro día.
Aún en la cama, sentí que el sábado se me escapaba. Miré el móvil. Noticias. Correos. Un vídeo de un perro montando en monopatín. Nada de eso tenía sentido, pero ahí estaba yo, arrastrando el dedo por la pantalla.
El plan seguía en pie. Solo tenía que levantarme. Pero primero un café. Y luego otro.
Al mediodía miré la caja de miniaturas. No podía ser tan difícil sentarse y empezar. Pero en lugar de eso, me tumbé un segundo en el sofá.
Vaya, ya estaba anocheciendo.
No fue descanso. Fue un estado suspendido entre el sueño y la vigilia. En algún punto de la tarde hablé con ChatGPT sobre un sueño extraño. Pedí comida. No tenía ganas de cocinar. No tenía ganas de nada. El repartidor me miró con la compasión de quien ha visto demasiadas almas en pena.
El domingo fue una copia.
Hoy es lunes. Otra vez.
Pero no pasa nada. Afortunadamente, soy dueño de mi tiempo.
No hay un jefe esperándome con una lista de tareas inútiles. No hay reuniones eternas donde la gente dice lo mismo con palabras distintas. No hay oficina con fluorescentes que roban el alma.
El plan sigue en pie.
La caja de miniaturas está ahí. La terminaré. Como se termina un libro que has pospuesto demasiado, como se terminan las cosas que de verdad importan. No se trata de fuerza de voluntad. Se trata de no dejar que el tiempo se te escurra entre los dedos.
Porque lo que me ha pasado este fin de semana, te ha pasado a ti también. Seguro.
Esa sensación de que el viernes lo tienes todo por delante y, de repente, ya es domingo por la noche.Que ibas a hacer un millón de cosas, pero el cansancio pesa. Y te engañas diciéndote “me lo merezco, voy a descansar”.
Pero el descanso no es descanso. Es anestesia.
Una sucesión de siestas sin sentido. Series que no terminas de ver. Comida pedida por inercia. Horas muertas en redes sociales viendo vidas que parecen más interesantes que la tuya. Y luego el bucle se repite.
Semana de trabajo. Fin de semana que no disfrutas. Semana de trabajo. Fin de semana que no disfrutas.
Una vida en pausa.
No hace falta odiar tu trabajo para caer ahí. Basta con la rutina. Basta con dejar que el tiempo pase sin darte cuenta.
Si has sentido esto, haz algo. No dejes que tu vida sea una lista de cosas que “harás cuando tengas tiempo”.
Porque el tiempo, cuando no lo decides tú, desaparece.
En fin, este es otro lunes de mierda.
Haz algo para cambiarlo, no seas perro.