Hace justo un año estaba en plan película de superación personal: la banda sonora épica de fondo, el vaso de vino en la mano, y yo apuntando en mi resumen anual con cara de “este es mi momento”.
2024 iba a ser mi año.
Un año de chequear objetivos como si la vida fuese un Excel: pasta, reputación, ese subidón de sentir que lo estás petando.
Y lo he conseguido.
En lo económico, check. En lo profesional, check. En lo de sentirme como un jefazo... doble puto check.
Pero claro, siempre hay un "pero".
La vida no es una historia de Instagram en la que pones un filtro bonito y todo cuadra. Siempre hay un rincón oscuro que no sale en las fotos.
Este año me he enfrentado a algo para lo que ni en mis mejores días estoy preparado: la posibilidad real de perder a mi padre.
Todavía recuerdo despedirme de él el día 1 de enero en el aeropuerto de Barcelona. No estaba muy fino, y una sensación rara me recorrió el cuerpo.
El día 6 por la noche le diagnosticaban un cáncer. Y así hasta 3 este año.
Por suerte, aquí seguimos, plantando batalla. Mi padre es duro como la piel de un “porc negre” mallorquín.
¿Te has enfrentado tú a eso alguna vez? Espero que no.
Porque ahí es cuando dejas de sentirte el rey del mundo y empiezas a sentirte un niño pequeño indefenso otra vez.
Ese momento en el que te das cuenta de que todo lo que pensabas que importaba (el coche, el dinero, la puta fama) no vale nada.
Absolutamente nada.
A nadie le importa tu currículum. Lo que importa es si tienes a alguien a quien abrazar cuando el mundo se cae a pedazos. Y si no lo has aprendido todavía, la vida te lo va a enseñar a hostias. Porque ese momento llega, siempre llega. Quizá no este año, ni en cinco, pero llega.
Y cuando lo hace, no te consuela el saldo de tu cuenta bancaria. Ni las visitas en tus redes. Ni ese coche que subiste con tanto orgullo a tu feed.
Te consuelan los tuyos.
O peor aún, te duele no haberles dado más tiempo. Más llamadas. Más risas tontas.
Nos venden el éxito como una meta, un lugar al que llegar. Pero nadie te dice que cuando estés en lo alto de la montaña te vas a sentir vacío si no tienes a alguien al lado para decirte: "Eres un imbécil, pero te quiero igual".
Porque el éxito sin amor no es éxito, es una cárcel con vistas bonitas.
Tres lecciones que he aprendido este año (aunque me haya costado aprenderlas)
El tiempo no es infinito (y los “ya lo haré” son una trampa mortal).
¿Cuántas veces has dicho eso de "luego llamo", "la semana que viene paso por casa", o "este finde quedamos, lo prometo"?
Adivina qué: es mentira.
Lo pospones tanto que un día el “luego” no existe, y te quedas con el móvil en la mano mirando un contacto que ya no contestará. No sabes lo afortunado que eres por pinchar en papá y que haya alguien detrás de la línea.
Este año he entendido que cada minuto que gastas en tonterías es un minuto que no inviertes en lo que importa. Así que deja de dejar para mañana la vida. Llama, queda, pasa tiempo. Porque cuando el reloj pare, no habrá más prórrogas.
No todo se puede controlar (y no pasa nada por aceptarlo).
Yo siempre he sido de esos que creen que con esfuerzo y estrategia puedes evitar cualquier problema. Pero no, colega, la vida no es un videojuego en el que aprendes los patrones y ganas. Hay cosas que no dependen de ti.
La enfermedad, el tiempo, las despedidas que llegan antes de lo que querrías... todo eso está fuera de tu control.
Y ¿sabes qué? Está bien que así sea. Lo que sí puedes controlar es cómo reaccionas, estando presente, amando más fuerte y dejando menos cosas por decir.
El éxito está sobrevalorado, pero la paz no tiene precio.
Nos han metido en la cabeza que el éxito es ganar más, ser más, tener más. Pero ¿quién define lo que es el éxito?
Este año me he dado cuenta de que, para mí, el éxito es irme a dormir sin una punzada de culpa.
Saber que dije “te quiero” cuando lo sentí. Que cerré la pantalla para escuchar a quien tenía delante. Que no dejé que la obsesión por avanzar me impidiera disfrutar del ahora. Porque la paz mental es el verdadero premio gordo, y esa no se compra con billetes.
Así que este año, entre todo lo que he aprendido, me quedo con esto: la vida no es una lista de cosas por hacer, es una lista de cosas por sentir. Sentir amor. Sentir orgullo por quien eres. Y sí, también sentir miedo a perder a los que quieres. Porque ese miedo, aunque duela, te recuerda lo que realmente importa.
Pues ahora, en vez de comerme el mundo, prefiero invitar a cenar a los que amo. En vez de hacer una lista de metas, voy a hacer una lista de momentos para disfrutar. Porque si algo he aprendido este año es esto: la vida no se mide en pasta, se mide en abrazos.
Ahora deja este correo, tienes una sola cosa que hacer que merece mucho más la pena que leerme. Abraza a las personas que quieres. Abrázalas como si mañana ya no fuera posible. Con una probabilidad del 100% llegará un día que no sea posible.
Gracias por dedicarme un rato.
Te deseo que tengas una entrada de año espectacular.
Pobremillenial
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Este es uno de los emails con más enseñanza que he leído nunca. Yo procuro hacer lo que comentas en el correo y he de reconocer que no siempre que puedo lo hago. Gracias.
Vaya! Espero que vaya a mejor este 2025 y tengas buenas noticias 🍀